Los Pazos de Ulloa (ed. Marina Mayoral) by Emilia Pardo Bazán

Los Pazos de Ulloa (ed. Marina Mayoral) by Emilia Pardo Bazán

autor:Emilia Pardo Bazán [Pardo Bazán, Emilia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1885-12-31T16:00:00+00:00


XVIII

Largos días estuvo Nucha detenida ante esas lóbregas puertas que llaman de la muerte, con un pie en el umbral, como diciendo: «¿Entraré? ¿No entraré?» Empujábanla hacia dentro las horribles torturas físicas que habían sacudido sus nervios, la fiebre devoradora que trastornó su cerebro al invadir su pecho la ola de la leche inútil, el desconsuelo de no poder ofrecer a su niña aquel licor que la ahogaba, la extenuación de su ser del cual la vida huía gota a gota sin que atajarla fuese posible. Pero la solicitaban hacia fuera la juventud, el ansia de existir que estimula a todo organismo, la ciencia del gran higienista Juncal, y particularmente una manita pequeña, coloradilla, blanda, un puñito cerrado que asomaba entre los encajes de una chambra y los dobleces de un mantón.

El primer día que Julián pudo ver a la enferma, no hacía muchos que se levantaba, para tenderse, envuelta en mantas y abrigos, sobre vetusto y ancho canapé. No le era lícito incorporarse aún, y su cabeza reposaba en almohadones doblados al medio. Su rostro enflaquecido y exangüe amarilleaba como una faz de imagen de marfil, entre el marco del negro cabello reluciente. Bizcaba más, por habérsele debilitado mucho aquellos días el nervio óptico. Sonrió con dulzura al capellán, y le señaló una silla. Julián clavaba en ella esa mirada donde rebosa la compasión, mirada delatora que en vano queremos sujetar y apagar cuando nos aproximamos a un enfermo grave.

—La encuentro a usted con muy buen semblante, señorita —dijo el capellán mintiendo como un bellaco.

—Pues usted —respondió ella lánguidamente— está algo desmejorado.

Confesó que en efecto no andaba bueno desde que…, desde que se había acatarrado un poco. Le daba vergüenza referir lo de la noche en vela, el desmayo, la fuerte impresión moral y física sufrida con tal motivo. Nucha empezó a hablarle de algunas cosas indiferentes, y pasó sin transición a preguntarle:

—¿Ha visto usted la pequeñita?

—Sí, señora… El día del bautizo. ¡Angelito! Lloró bien cuando le pusieron la sal y cuando sintió el agua fría…

—¡Ah! Desde entonces ha crecido una cuarta lo menos y se ha vuelto hermosísima. —Y alzando la voz y esforzándose, añadió— ¡Ama, ama! Traiga la niña.

Oyéronse pasos como de estatua colosal que anda, y entró la mocetona color de tierra, muy oronda con su vestido nuevo de merino azul ribeteado de negro terciopelo de tira, con el cual se asemejaba a la gigantona tradicional de la catedral de Santiago, llamada la Coca.[141] A manera de pajarito posado en grueso tronco, venía la inocente criatura recostada en el magno seno que la nutría. Estaba dormida, y tenía la calma, el dulce e insensible respirar que hace sagrado el sueño de los niños. Julián no se cansaba de mirarla así.

—¡Santita de Dios! —murmuró apoyando los labios muy quedamente en la gorra, por no atreverse a la frente.

—Cójala usted, Julián… Ya verá lo que pesa. Ama, dele la niña…

No pesaba más que un ramo de flores, pero el capellán juró y perjuró que parecía hecha de plomo. Aguardaba el ama en pie, y él se había sentado con la chiquilla en brazos.



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